Rafael Forero Rodríguez, ejemplo de crecimiento personal

Mi padre Nació en Málaga, García Rovira-Santander, el 16 de julio de 1923. Fue el único hijo de Rafael Forero Blanco y de María Antonia Rodríguez Naranjo. Sus abuelos maternos fueron Rafael Rodríguez Hernández y Ana Francisca Naranjo. Sus abuelos paternos fueron Rafael Forero Cote y Antonia Blanco Otero, quienes se casaron en Abril de 1893 y de quienes conservo sus argollas de matrimonio. Eran dueños de una finca en García Rovira y una casa en el casco urbano del municipio de Málaga, Santander.


Huérfano desde muy temprana edad, fue criado por mi abuela Maruja y por las tías Forero que le prodigaron todo el afecto dentro de sus posibilidades económicas. Para la época mi padre estudió primaria y parte del bachillerato en Málaga y en Bucaramanga. Culminó sus estudios de Bachillerato en Tunja, en el Colegio Boyacá, fundado por el General Francisco de Paula Santander, en donde su tío Político Lorenzo Mariño Morales era rector.


En 1944, en plena Segunda Guerra Mundial, era mi padre estudiante de cuarto año de bachillerato y con motivo de la visita a su colegio par parte del Ministro de Educación Germán Arciniegas, le correspondió pronunciar el discurso a nombre de los estudiantes, el cual fue ampliamente elogiado por el Ministro, quien lo motivó a iniciar estudios de Derecho. Cuando culminó su Bachillerato, un año más tarde, con una maleta de ilusiones, dejó el colegio y su familia para emprender viaje a Bogotá.


Ubicado en casa de las señoritas Amar, en la calle 57, dos ancianas españolas que junto con su hermano tenían una pensión, pasó allí los primeros años, incluido el 9 de abril de 1948. Compartía habitación con Rodrigo Lizcano Murillo, quien viajó de Málaga con el mismo propósito. Inició sus estudios en el Externado de Derecho bajo la rectoría de Don Ricardo Hinestrosa Daza.


La asistencia a clases del primer año la combinaba con un trabajo de escribiente en el Consejo de Estado, donde sacaba copias de las sentencias para el Magistrado Pedro Gómez Naranjo a razón de cinco centavos por hoja. Cumplidos seis meses de estar en Bogotá, el licenciado Max León, quién había sido profesor de Matemáticas en Tunja, había abierto un colegio en Bogotá y le otorgó la cátedra de Instrucción Cívica que dictó hasta después de graduarse como Abogado en 1954.


Cursó los cinco años de carrera en compañía del inolvidable rector del Externado Don Fernando Hinestrosa Forero. Fue la famosa promoción de 1951 que dio varios profesores al claustro y donde yo mismo vine a estudiar Derecho treinta años después y cuya promoción de 1981 es la del actual Rector, Don Juan Carlos Henao Pérez.


Su tesis de grado fue sobre el tema de las Pruebas en el Derecho del Trabajo dado el cariño que tomó por ésta Ciencia. Gracias al apoyo de sus profesores y de su compañero de promoción Guillermo Camacho Enríquez, ampliamente conocido como tratadista de esta disciplina, aceptó la cátedra de derecho procesal y por ello lo recuerda su discípulo, académico y magistrado José Enrique Arboleda Valencia.


Con el dinero ahorrado en su trabajo, después de gastos de manutención, comenzó a salir con la señorita Leonor Contreras Blanco, quien trabajaba en la Compañía Colombiana de Seguros. Los días sábados en la tarde frecuentaban los famosos salones de té Monte Blanco y Yanuba. El noviazgo –que se afianzó por más de ocho años– losllevó a contraer matrimonio el 17 de Septiembre de 1957.


Con matrimonio a bordo, dedicó sus esfuerzos a edificar una casa solariega en el municipio de Anapoima, para mi abuela Maruja Rodríguez de Forero y mi bisabuela Ana Francisca Naranjo quienes todavía vivían para ésa época.


Ya ubicadas en casa propia madre y abuela, mi padre dedicó su tiempo y recursos a consolidar el matrimonio. Con el advenimiento de su unigénito en agosto cinco de mil novecientos cincuenta y ocho, el sencillo apartamento del cuarto piso en la avenida 57 conocida, como avenida de las Palmas, se convirtió en refugio y punto de partida para futura actividades.


Compartíamos edificio, en el primer piso con la familia del Dr. Suárez Paz, padre del rector de la Universidad del Rosario, Doctor Mario Suarez Melo. En el segundo piso con la familia del secretario del partido comunista, señor Joaquín Vieira y Maruja su esposa. Recuerdo Las madrugadas para esperar el autobús que me conducía al Liceo Francés Louis Pasteur, en particular aquella magnífica mañana en que mi padre me dijo: “Rafael hoy vas una conocer a un gran hombre –y un hombre grande– se trataba del general Charles de Gaulle, quien visitaba Bogotá y al Liceo Francés Luis Pasteur, en la época del Presidente Guillermo León Valencia.


Para la década de los sesenta, ya tenía oficina independiente de abogado laboralista en el Edificio Gutiérrez en la calle 13, con escritorio de madera oscura y algunos muebles de cuero verde oliva que aún conservamos.


Para el año de 1960 el entonces Ministro de Trabajo oriundo de Riosucio Caldas, gran amigo, Doctor Otto Morales Benítez, le informó sobre la celebración de unas jornadas internacionales en el sur del continente llamado “Ciclo Interamericano de Administración de Trabajo” patrocinado por la OIT. Nuevamente una persona muy querida guía el camino Internacional para Rafael Forero Rodríguez.


El Ciclo Interamericano tuvo varias sedes: Lima, Santiago de Chile, Buenos Aires y Montevideo. Resultaba muy prometedor por cuanto el Ministro ofreció otorgar a los delegados la condición de representantes oficiales así como darles Pasaporte Diplomático. La única salvedad es que no contarían con viáticos ni gastos de representación. Prestando aquí y allá el dinero para el periplo, mi padre emprendió una nueva y épica jornada que definiría su lugar en el ámbito internacional.


En Lima conoció, además del Presidente de la República, arquitecto Fernando Belaúnde Terry, a los baluartes de la especialidad de entonces, entre ellos a Guillermo González Argomédez –homónimo de Goncharry–, José Montenegro Baca, Ricardo Nugent, Javier Vargas Vargas y al Presidente de “APSA” Aerolíneas Peruanas, don Máximo Cisneros, a quien ayudó para que los aviones de APSA tuvieran el derecho de aterrizar en el Aeropuerto “El Dorado” de Bogotá, pues sólo les estaba autorizado llegar a Barranquilla al aeropuerto Ernesto Cortissoz, mientras que AVIANCA si llegaba a Lima al Jorge Chávez –se invocó la “quinta libertad”­–.


Con Belaúnde Terry hablaron largo rato de la importancia del Derecho de Asilo, patrocinado por Colombia en el Caso Haya de la Torre. Mi padre conoció la sede de la Embajada de Colombia en Lima, donde permaneció asilado el pensador Víctor Raúl Haya de la Torre.


La fecunda amistad con los colegas peruanos, como el Ministro Mario Pasco Cosmópolis, le permitiría posteriormente frecuentar en varias ocasiones Lima, Cusco, Arequipa y Trujillo, así como ser conferencista en las Universidades de San Marcos y la Universidad San Martín de Porres por contacto posterior con Teodosio Palomino Ramírez, entre otros.


El Viaje continuó vía “Panagra” Pan American Grace Airways, compañía aérea que otorgaba a sus pasajeros diploma por cruzar la línea del ecuador entre los dos hemisferios para llegar a Montevideo, capital de la República Oriental del Uruguay, para la época considerada la “Suiza Suramericana”. Estrechos vínculos se formaron, mantuvieron y mantienen con Don Héctor Hugo Barbagelata, quien años después obsequió a mi padre un libro con grabados de los años sesenta en recuerdo de la Montevideo que conoció. Lo visitamos con mis padres en su apartamento de la Rambla Armenia donde nos recibió en compañía de su esposa Electra. Lamentablemente ése viaje se vio enlutado por el terremoto de Popayán que vivimos en la distancia.


Con Américo Pla Rodríguez y su esposa Martha fueron varios los inolvidables encuentros a lo largo de América y aún en Europa. Además de estos cultores y paradigmas del Derecho laboral uruguayo conoció y frecuentó el grupo de tertulia jurídica llamado de los miércoles en la casa de Pla, cuando Martha ofrecía té con macitas a los asistentes, entre los cuales el prematuramente fallecido Oscar Ermida Uriarte, Helios Sarthou, Juan Raso Delgue, Eduardo J. Ameglio y tantos otros que conservamos en la memoria.


El viaje inolvidable continuó a Buenos Aires. Conoció a los doctrinantes de la Época Mariano R. Tissembaum y su esposa Carola, Eduardo R. Stafforini, Rodolfo Napoli, y en especial a Guillermo Cabanellas de Torres, así como otros colegas que posteriormente nos visitaron en Colombia.


En ese mismo Viaje inició profunda y permanente amistad con Rafael Caldera Rodríguez, quien ya era senador de Venezuela y con quién surgió relación por un curioso detalle ya que a los dos les llegaba correspondencia desde norteamericana bajo el nombre de “Rafael C. Rodríguez” o “Rafael F. Rodríguez”. Además de intercambiar la correspondencia, intercambiaron direcciones, saludos, abrazos y una fecunda y prolongada relación científica y personal.


Esa amistad con Caldera hizo que el 16 de julio de 1985, durante la celebración del décimo Congreso Mundial de Derecho laboral que se llevó a cabo en Caracas, siendo Presidente de su país por segunda vez, invitara a los laboralistas más allegados a un almuerzo en el Salón Boyacá del Palacio de Miraflores y con una enorme torta festejaron el cumpleaños de mi padre con el Ministro Victor Alvarez, gran laboralista venezolano y con amigos de varias partes del mundo.


La afabilidad de trato, el rigor científico, la seriedad en estrados judiciales y en la cátedra de las Universidades Externado y Santo Tomás, particularmente en Derecho Procesal Laboral, le abrieron las fronteras de varios continentes. Mi padre tuvo y tiene la alegría, como malagueño de origen que su estirpe santandereana y su sencillez le abrieran las puertas como miembro de entidades científicas y especializadas de diverso orden.


Desde mediados de los años 60 y comienzos de los 70 era para mí frecuente tener que ir a pernoctar a casa de mi abuelo, padre de mi mamá Leonor y de mi tía Aurora para pasar una temporada de una a dos semanas, una o dos veces al semestre, por cuenta de la asistencia de mi papá, en unión de mamá Leonor a algún congreso internacional.


Desde 1968 finalizada la construcción de nuestra casa de la calle 97, se convirtió en hábito y costumbre recibir, cual peregrinos de la amistad a colegas internacionales y nacionales. Gracias a Dios y al don de anfitriona de mi madre, se llevaron a cabo tantas y tantas tertulias, fiestas y celebraciones. Estoy seguro que muchos de los lectores de estas palabras pudieron participar y estrechar vínculos entre ellos gracias a dichas reuniones.


Rafael Forero Rodríguez viajó por muchos países y lo hizo con alegría, con desprendimiento en lo económico, con enorme satisfacción patriótica. Siempre me dijo “hijo soy como el ciclista que corre la Vuelta a Colombia pero sin patrocinador”. Sé positivamente que su esfuerzo es válido y que sirvió de ejemplo para que otros hicieran lo mismo en épocas en que obtener patrocinio universitario o empresarial era bastante escaso e inusual.


Mucho recuerdo y agradezco, al escribir estas líneas, que mi padre me invitara a participar en el Quinto Congreso Iberoamericano de Derecho del Trabajo, aun siendo estudiante de bachillerato y rondando los 15 años. Pude conocer al Presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, Don Luis Echeverría Álvarez, quien en el acto inaugural del Congreso se acercó a saludarme por ser el más joven asistente a dicho evento. Pude conocer a otro buen amigo de mi padre: don Mario de la Cueva y de la Rosa, quien me recordaba de su visita a Bogotá con motivo de la Conferencia Panamericana y los sucesos que él vivió durante el Bogotazo.


También recuerdo particularmente a Guillermo López Guerra y Elenita, celebrando en el bar Jorongo del hotel, el aniversario de matrimonio de mis padres, porque ello sucedió el 28 de septiembre de 1975. Conservo el disco en acetato firmado por El Trío Calaveras, adquirido aquella noche, como también resulta inolvidable haber escuchado al Mariachi Vargas de Tecalitlán. Tuvimos una imponente velada en el Museo Nacional de Antropología e Historia, que aquella noche abrió sus puertas a los más de 600 Asistentes a dicho Congreso, como inolvidable resulta también la noche de mariachis en la Plaza Garibaldi donde creo que padre e hijo tomamos juntos nuestro primer tequila.


Hermoso remolino de lugares, sonidos, olores, colores y sabores vienen a mi memoria al escribir estas palabras con emoción, reconocimiento, y gratitud al recordar los nexos jurídicos con Los Estados Unidos Mexicanos, la Patria del Maestro De la Cueva, Alberto Trueba Urbina, Guillermo Hori Robaina, Humberto Luna Delfín, quienes vincularon primero a mi padre y luego al suscrito a la Academia Mexicana de Derecho del Trabajo y a la Academia de Derecho Procesal del Trabajo dirigida por Don Miguel Cantón Moller. Visitas al Distrito Federal, Querétaro, Saltillo y Monterrey a las Asambleas de la Academia con el Presidente Miguel de la Madrid Hurtado y su Ministro Enrique Álvarez del Castillo, son gratísimo testimonio.


Recuerdo la visita de Don Mario L. Deveali a Bogotá y Unas fotografías tomadas en el cerro de Monserrate, creo que fue para el Año de 1968 o 1970, así como la primera visita de Don Guillermo Cabanellas de Torres a Colombia, acompañado de su esposa Carmen de las Cuevas, para dictar unas conferencias en La Universidad Santo Tomás y una recepción que se llevó a cabo “en la casa de ustedes”, en la Calle 97 con la asistencia, entre los laboralistas invitados del Ministro de Trabajo de la época, Don Jorge Mario Eastman Vélez.


Vinieron las vinculaciones personales y luego las nacionales a diversas Instituciones rectoras del Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social. Entre ellas la creación de la Asociación Iberoamericana de Derecho del Trabajo AIDT, que correspondió a un acto protocolario con ocasión del IV congreso Iberoamericano que tuvo lugar en Sao Paulo, Brasil en 1972. Sus “autoridades provisorias” –como se lee en el primer anuario de la entidad que está en mi poder–, fueron Guillermo Cabanellas como Presidente y Baltasar Cavazos Flores de México, quien siempre me dijo sobrino, como Secretario General. Luego se unieron a la directiva el ilustre Ministro panameño Rolando Murgas Torraza como secretario, al pasar el tío Baltazar a vicepresidente y mi padre como su primer tesorero. En el anuario en comento están las anotaciones manuscritas de mi padre sobre los pagos efectuados por los miembros activos de la época.


La amistad con Cabanellas permitió los permanentes encuentros en Colombia, en Argentina y a lo largo de todo Hispano América. Tuvimos el honor y la alegría de estar con él y con Carmen en Montevideo pocos días antes de la celebración del Séptimo Congreso Iberoamericano que éste organizaba en Buenos Aires. Supe que Cabanellas hizo varios viajes al aeropuerto de Ezeiza para recibir delegados suramericanos y llevarlos a almorzar o a cenar, en inagotable esfuerzo de anfitrión. La alegría del cónclave de Buenos Aires se vio empañada, el domingo víspera del congreso, durante una cena en el Restaurante Spadavecchia por la noticia dada por su hija Ana María en el sentido que el maestro Cabanellas había sido internado de urgencia. Cabanellas nos congregó a todos para acompañarlo a su última morada. Cómo fue de importante para mí el consuelo aportado por Emilio Morgado Valenzuela con sus palabras alentadoras al regreso del servicio funerario, cuando se instaló el Congreso.


Baltazar Cavazos Flores asumió la Presidencia de la Asociación y conservamos con respeto la memoria del fundador. Posteriormente, otro colega, Oswaldino Rojas Lugo consideró oportuna la creación de la Asociación de Juristas del Derecho del Trabajo “Guillermo Cabanellas de Torres”.


Capítulo especial merecería el Colegio de Abogados de San Juan Puerto Rico y las Invitaciones de Oswaldino y de su esposa e hija que nos llevaron del Viejo San Juan a la ciudad de Ponce para visitar el museo y luego a la “Parguera” para comer empanadas de langosta, en periplo que compartimos con Fernando Suárez González, su esposa Martha y sus hijos Fernando y Martha.


Con relación al vínculo con el Instituto Latino Americano de Derecho del Trabajo, recuerdo que mi padre recibió a Alfredo J. Ruprecht y a su esposa Argentina en el Hotel Bogotá Hilton, que quedaba al lado de nuestra oficina, en su visita a Bogotá cuando el Maestro vino para recibir a los primeros miembros en Colombia del Instituto, y entregarles la medalla respectiva, puesto que mi padre ya había sido recibido con anticipación. Destaco la velada en que Guillermo López Guerra y Hernando Franco Idárraga ingresaron al Instituto en casa de Guillermo y Elenita.


El Instituto tiene la particularidad y característica de ser organismo formado por profesores universitarios. Mucho recuerdo los Esfuerzos adelantados por mi progenitor para que los Profesores del Externado y la Santo Tomás, Donde él impartía cátedra, así como de otras Universidades ingresaran a la Entidad.


Enorme fue nuestra alegría cuando lo eligieron Presidente de esa benemérita institución. En tal condición realizó en la ciudad de Bogotá y con el auspicio de la Universidad Católica de Colombia, gracias a la ayuda del director del área de La época Javier Díaz Bueno, un magnífico Congreso en el Hotel Bogotá Hilton para el cual tuvieron la generosidad de designarme secretario general del evento.


También contó mi padre con el respaldo, respeto y cariño de otro Grupo de Juristas brasileños compuesto por un magistrado del Tribunal Supremo del Trabajo de Brasil, profesor Mozart Víctor Russomano, Arnaldo Ferreira Cesarino Junior, Arnaldo Süssekind y Adelmo Monteiro de Barros. Ellos con Octavio Bueno Magano y con Casio Mesquita Barros Junior, invitaron a mi padre a la Universidad de Sao Paulo y n os integraron al Derecho Brasilero del trabajo.


Aquellos, en unión de reconocidos doctrinantes españoles entre ellos Manuel Alonso Olea, Manuel Alonso García, Juan Antonio Sagardoy Bengoechea, Luis Enrique de la Villa Gil, con su afectuoso recibimiento y el de su familia en Chapinería, José Manuel Almansa Pastor –oriundo de Málaga, España–, el ministro Fernando Suárez González y posteriormente Alfredo Montoya Melgar, destacado continuador de la obra de Alonso Olea, todos ellos recibidos en nuestra casa, convocaron a mi progenitor a diversas actividades en la madre patria. También lo vincularon a la Academia Ibero Americana Derecho del Trabajo con el querido colega de Cartagena, maestro Guillermo Guerrero Figueroa, amable anfitrión en el Corralito de Piedra, eran los años 70. Posteriormente y ya en esta centuria ingresó a la academia otra jurista colombiana, la Dra. Martha Elisa Monsalve Cuéllar, hoy Presidenta del Instituto, también infatigable viajera y reconocida profesora en el país y el exterior.


Para dichas lindas calendas y concretamente para 1981, mi padre fue designado Gobernador del Colegio de Abogados del Trabajo y De La Seguridad Social de Colombia. Este es otro capítulo unido al cariño de tantos y tantos que en la década de los años 60 creyeron en el juslaboralismo colombiano: Adán Arriaga Andrade, Blas Herrera Anzoátegui, Guillermo Camacho Enríquez, Guillermo González Charry, Rafael Arturo Linares Ortega, Rafael Suárez Poveda, Luis Gómez Moreno, José María Bustos, progenitor del amable colegiado Nelson Bustos Arenas y Pedro Manuel Charria Angulo, padre del también gobernador Juan Manuel Charria Segura, quienes con Aidée Anzola Linares vincularon a mi padre a las labores del Colegio.


El Colegio fue para mi padre y sigue siendo refugio, alegría y lugar común de encuentro con tantos y tantos amigos. Ocupó diversos cargos directivos y después de la Gobernación de Ernesto Jiménez Díaz en 1980, aceptó la postulación como gobernador la cual ganó por unanimidad. Su plataforma de gobierno incluía la promesa cumplida de restablecer los Congreso de Abogados del Trabajo que no se celebraban desde varios lustros atrás. Contó con el apoyo decidido de Luis Bernardo Flórez Suárez otro malagueño que fungió como su secretario para el quinto congreso, realizado en Paipa en el hotel Sochagota. Era gobernador de Boyacá el noble amigo y académico Heráclio Fernández Sandoval. El V Congreso nacional contó con la Presencia del Presidente de la República, doctor Julio César Turbay Ayala y de su secretaria privada, posteriormente inmolada doctora Diana Turbay.


Sus afectos con el colegio de abogados siguen incólumes y le agradece de corazón la entrega de la condecoración Blas Herrera Anzoátegui así como otras distinciones otorgadas por dicha entidad.


Su antiguo profesor del Externado, maestro Hernando Morales Molina algún día le invitó a colaborar y pertenecer a La Academia Colombiana de Jurisprudencia, con la cual se encuentra estrechamente ligado desde entonces. Me permito recordar que la amistad de mi padre con el maestro Morales Molina estuvo Ligada desde siempre debido a la cercanía con su hermano Germán Morales Molina, creador de la Organización hotelera del mismo nombre, como quiera que mi padre era abogado de “ACOTEL” Asociación Colombiana de Hoteles, que presidía Don Germán. Ello permitió a mi padre frecuentar los diversos hoteles de las ciudades capitales departamentales para darles asesoría en materia laboral y adelantar no pocas negociaciones colectivas con el Sindicato HOCAR.


Mi Padre ingresó como Académico Correspondiente por voluntad del presidente Hernando Morales y de los Académicos de la mesa de aquella época, hace más de 30 años. Siendo Académico Correspondiente aceptó la Secretaría después del retiro del secretario Doctor Hernando Franco Idárraga.


Para mi padre sigue abierto el Capítulo de la Academia Colombiana de Jurisprudencia, ya que su periplo continuó como académico de número siendo ascendido a tal condición en 1988 y permanecer más de 15 años en la tesorería de la Corporación. Finalmente adquirió la honrosa calidad de miembro honorario. De todo esto da cuenta el académico Hernán Alejandro Olano García en su obra Mil Juristas.


Como quiera que yo mismo ostento la calidad de académico numerario, me permito compartir, cómo el me recordaba y aún lo hace diciendo aquella frase antes de una sesión especial de la Corporación: “mijo no olvide la venera y por favor llegue a tiempo a la sesión…”


Su voluntad férrea, su sencillez de trato y su profunda capacidad de trabajo lo llevaron en el día a día a abrir su oficina independiente de abogado y a sostener las causas que creía justas ante la jurisdicción laboral y ante el Ministerio de Trabajo.


En la Oficina de Trabajo siempre se le conoció como un apoderado conciliador. Recuerdo acompañar a mi padre a la Oficina del Trabajo y al inspector o inspectora de turno decirle: qué alegría verle Doctor ¿viene a conciliar?


También recuerdo momentos en que mantuvo férrea posición procesal de litigante comprometido por una causa que había estudiado profundamente. Aceptó poderes de empresarios y les aconsejó por más de 55 años de ejercicio continuo de asesoría empresarial. Con todo, ningún trabajador se sintió afectado, deteriorado, maltratado, ni menguados sus intereses económicos por la actividad de este abogado de empresa. Ello nos lleva a hablar de mi padre como árbitro en conflictos colectivos de trabajo.


Hasta donde recuerdo, mi padre inició su participación en tribunales de arbitramento como secretario en los conflictos colectivos de intereses de la Flota Mercante Gran Colombiana. Posteriormente fue árbitro de dichos diferendos con Adán Arriaga Andrade y Óscar Villegas Arbeláez.


Desde esa época hasta las actuales, siempre fue árbitro tercero, por escogencia de las partes o bien por designación del Ministerio de Trabajo, que en alguna época se llamó Ministerio de la Protección Social. También frente al particular tema de los arbitrajes recuerdo innumerables participaciones en conflictos de la floricultura, en el sector bancario y en otras actividades, siempre en procura de un fallo unánime y sin salvamentos de voto.


Alguna vez, en los años 80, recuerdo muy bien que le ofrecieron la Magistratura en la Honorable Corte Suprema de Justicia en su Sala de Casación Laboral. Respondió con gratitud ante el ofrecimiento y declinó tan alto honor: “Señores no puedo aceptar, tengo un hijo estudiando en Francia y el sueldo no me va a alcanzar para mantenerlo en el Exterior y a Leonor y a mí con nuestras obligaciones en Colombia”.


Otro aspecto de trascendencia en la vida de mi padre fue su permanente membresía al Club de Abogados de Bogotá. Las trasnochadas con ocasión de las reuniones del Colegio de Abogados del Trabajo en la sede del Club de Abogados eran motivo de alegría para mí –no creo que lo fueran para mamá Leonor– porque siempre llevaba a casa algún refrigerio dentro de una caja de cartón blanca en que estaba pintado un pajarito rojo. Con los años supe que se llamaba “águila bicéfala” y que era el escudo oficial de la institución. Aprendí a respetar y a colaborar con el Club, del cual fui socio directivo por algunos inolvidables años. Desde cuando se encontraba en la calle 16, la sede era una casa bella y memorable con salones y pasillos inmensos y donde yo mismo quería asustarme con la presencia de algunos fantasmas inexistentes. Posteriormente se trasladó a la sede de la calle 12 con carrera 5, Edificio Corkidi y luego en 1989 a la sede de la Calle 92, donde se celebró la fiesta de mi matrimonio con Lucía, siendo ésta la primera fiesta en dicha sede.


Mi padre ha sabido combinar la vida profesional, familiar y su eterna vocación de servicio a las instituciones a las que ha pertenecido. Algún buen día decidió mi padre que no saber muy bien el idioma inglés no era óbice para conquistar el mundo. Su otro idioma sería por tanto su carisma, con una sonrisa y con impecable español, algún buen día traspasó las fronteras del Río Bravo y pasó del México de sus afectos y tantas visitas hacia los Estados Unidos, ya no en plan vacacional sino para participar en el Décimo Congreso Mundial de Derecho del Trabajo en Washington D.C. en 1991, como miembro de la Sociedad Internacional de Derecho del Trabajo.


Cabe recordar que fue el primer miembro individual colombiano de dicha institución y que en tal virtud fue reconocido y admitido a nombre de Colombia para formar parte del Comité Ejecutivo de dicha Entidad. La sede del evento fue el Hotel Washington Hilton, el mismo donde fue víctima de un atentado el Presidente Ronald Reagan.


En aquella oportunidad afianzó amistad con europeos francófonos como Roger Blampain, Jean Maurice Verdier, Jean Claude Javillier, Jean Michel Servais, y con colegas Alemanes como es el caso del profesor Frithjof Kunz, de Wolfgang Däubler o de Franz Gamillscheg de la entonces República Democrática Alemana. Concretamente le encontré con este último en amena conversación a propósito de una Cámara fotográfica Voigtländer Vito II que poseía mi padre y que tenía consigo desde los años 60 y cuya gemela tenía el reconocido profesor alemán del este.


Tampoco es posible olvidar la presidencia del evento en dicha oportunidad del maestro brasilero Arnaldo Ferreira Cesarino Júnior, quién inauguró el congreso y se dirigió a los asistentes en inglés, francés, italiano, español, alemán y su portugués nativo. En ​​virtud del aire acondicionado del salón de conferencias vestía elegante traje negro con cerca de siete u ocho chalecos de lana porque, según nos decía después, sufría de frio.


Recuerdo a mi padre en la solemne visita al soldado desconocido en el cementerio de Arlington, cercano al delegado personal de su Majestad Británica, Lord Wedderbern of Charlton con quien compartía el gusto por fumar pipa, así como su interés por el derecho comparado.


Acompañé a mis padres a varios congresos en España y Europa del este antes de la caída del muro de Berlín. Entre ellos un memorable Congreso Europeo en la ciudad de Szeged, Hungría convocado por los maestros László Nagy de la Universidad Attila József y el profesor polonés Waclaw Schubert, ex ministro de trabajo y sobreviviente de los sucesos de Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial. Con el profesor Rafael Caldera Rodríguez, Emilio Morgado Valenzuela y Alfredo Valdés Rodríguez de Chile éramos de los pocos Latinoamericanos presentes en esas latitudes.


Acompañé a mis padres a otro Congreso de Relaciones Laborales en Viena, cerca del Profesor Roger Blanpain y algunas veces a España. Madrid para mi padre tuvo un encanto especial. Con Fernando Suárez González como anfitrión y el presidente del Gobierno español don Felipe González Márquez, en unión de un selecto grupo de Latinoamericanos, fueron invitados a participar en un evento que cambiaría El Derecho laboral en Iberoamérica: la Concertación Social, con el Pacto de la Moncloa.


Posteriormente se adelantaron pactos de concertación con incorporación de la “negoziazione articolata” y la creación de la figura de la “scala móbile” en Italia, por parte del Profesor de Derecho Laboral y Procurador General Gino Giugni, con el recordado Ministro Tiziano Treu. Pudimos asistir a jornadas memorables patrocinadas por La OTE en Turín-Italia, en el Centro de Perfeccionamiento Profesional y Técnico de la Via Veintimiglia, organizadas por Pedro Gugliemetti y Geraldo Von Potobsky. También en la Oficina Internacional del Trabajo de Ginebra con Nicolás Valticos, Alexandre Berenstein, Johannes Schregle, y el Ministro Griego Yannis Kukiadis.


Capítulo especial en la vida de este buen hombre merece la figura de Leonor Contreras Blanco. Esposa ejemplar, compañera magnífica, madre sencilla, ahorradora que supo multiplicar los recursos y entender su rol en la vida de su esposo y acompañarlo con paciencia y sabiduría en tantos momentos. Hoy cuando los dos sobrepasan los 90 años, podemos afirmar que eran el uno para el otro, que supieron complementarse en sus orígenes diversos o afines y creer y crear un futuro común.


De alguna forma tuve que llenarme de valor para poder escribir estas líneas sobre mi padre Rafael y mi madre Leonor. Mi eterna gratitud por la vida, por el camino, por la rectitud de intención, por la fe en Dios y por la capacidad para respetar a mis similares y entender a los demás como mi padre supo hacerlo a lo largo de su ejercicio profesional.


A mi hijo, cuando pequeño, trataba de explicarle que su abuelo Rafael había luchado por los Derechos Laborales y Sociales, por la Seguridad Social de los Colombianos por más de 50 años y que ello correspondía a la cuarta parte de la vida en Independencia que tiene nuestra querida nación colombiana.


Padre muchas gracias por tu vida, muchas gracias por tu enseñanza, muchas gracias por tu sencillez y por tu reciedumbre de carácter. Por saber distinguir entre la sencillez unida a la humildad y no confundirla con falta de carácter. Porque nunca has sido un hombre tibio, sino que por el contrario has sabido encontrar y concertar la paz ante el contradictorio en los conflictos de una empresa frente a un sindicato. Al amar la cátedra universitaria nos has legado un camino, nos has entregado una brújula y una bitácora impolutas con el reto difícil de continuar tu labor. Estas palabras y estas líneas son el reflejo de lo que tienes sembrado de tu lucha por la paz, de la hidalguía de tu estirpe, de tu sangre y de tus intenciones y de tu deseo porque el legado no fenezca ante una futura ausencia.


Deseo de todo corazón agradecer a todos aquellos que de manera entusiasta se vincularon al presente libro de homenaje y también a todos aquellos que de corazón que hubiesen querido participar porque para todos ellos hay en el corazón de mi padre un lugar especial.


Reconozco la falta de imparcialidad y a la vez solicito la benevolencia de los Lectores para entender y comprender la grave encrucijada en que me encontré para presentar estas palabras introductorias.


Jus Laboralistas de Iberoamérica y del Mundo gracias por este homenaje a mi padre, por su participación y por su amistad. Que Dios los bendiga a todos y a mí me permita la alegría de continuar al lado de quién ha sido mi progenitor, mi profesor y maestro, de mi amigo, de mi confidente y el abuelo de mi hijo, INFINITAS GRACIAS.


Rafael Forero Contreras